Una marea humana se extendió por la emblemática playa de Copacabana el pasado sábado, cuando más de 2,1 millones de personas se congregaron para asistir al concierto gratuito de Lady Gaga, en lo que ya es considerado no solo el show más multitudinario de su carrera, sino también uno de los eventos musicales más colosales en la historia contemporánea de América Latina.
Desde la madrugada, los “Little Monsters” —como se autodenominan los seguidores de la artista— comenzaron a llegar al paseo marítimo de Río de Janeiro. Muchos lo hicieron disfrazados en homenaje a los múltiples rostros y eras de Gaga, evocando temas icónicos como Poker Face, Born This Way y Bad Romance. La energía en el ambiente era contagiosa, electrizante, casi mística. No se trataba solo de un concierto, sino de una verdadera manifestación cultural en torno a una artista que ha sabido construir un puente entre la música pop y el arte performático.
Lady Gaga, que llegó a Brasil como parte de su gira mundial para promocionar su nuevo álbum Mayhem, ya había encendido las redes sociales la noche anterior cuando sorprendió a los bañistas subiendo al escenario para ensayar frente a un mar dorado por el atardecer. “Te he extrañado mucho”, dijo emocionada, tras doce años de ausencia en escenarios brasileños. Lo que comenzó como un simple ensayo terminó en una muestra anticipada de la entrega emocional que marcaría la noche siguiente.
Para muchos, el concierto de Gaga superó incluso el histórico espectáculo de Madonna un año atrás en el mismo escenario. “Siento que la ciudad está más llena esta vez”, declaró Lucas, un joven cineasta brasileño. “Estoy muy emocionado. Gaga tiene esa capacidad de hacernos sentir únicos y parte de algo inmenso al mismo tiempo”.
El evento, financiado por las autoridades locales, fue mucho más que una noche de música. Fue una declaración de unidad, celebración y resiliencia. Una prueba de ello fue la acción coordinada de las fuerzas de seguridad brasileñas, que confirmaron el domingo que habían logrado frustrar un atentado con bomba planeado contra el evento. La Policía Civil de Río de Janeiro, en conjunto con el Ministerio de Justicia, detectó una red digital de radicalización adolescente que pretendía ejecutar ataques con explosivos improvisados. Uno de los líderes fue arrestado en Rio Grande do Sul, y se confiscaron materiales sensibles en cuatro estados del país.
Paradójicamente, los sospechosos se identificaban como miembros del fandom de Gaga. Una perversa distorsión de lo que significa ser parte de una comunidad que, en su esencia, promueve la libertad, la autoaceptación y la celebración de las diferencias.
Afortunadamente, la amenaza no opacó la grandeza del evento. Copacabana vibró, cantó y bailó con Lady Gaga como nunca antes. Desde Alejandro hasta las nuevas piezas de Mayhem, la artista de 39 años ofreció un espectáculo magnético, íntimo y grandilocuente a la vez. Su presencia escénica no solo llenó el escenario, sino que se proyectó en cada rincón de la playa, resonando en los corazones de millones de personas que, por unas horas, fueron parte de un momento irrepetible.
“Río es increíble y siempre se presta a fiestas y momentos mágicos”, dijo Abril, una turista argentina que viajó especialmente para la ocasión. Y no se equivocó. Porque lo que ocurrió esa noche fue más que un concierto: fue una celebración colectiva de la música, de la esperanza y del poder de las estrellas para unirnos más allá de nuestras fronteras.
Lady Gaga en Copacabana no fue solo un hito en su carrera: fue un capítulo inolvidable en la historia de los espectáculos en vivo. Un testimonio del arte como fuerza transformadora… incluso frente a la oscuridad.
Fuente: Foto Portada: X.com: @gaganotify